Desde la llegada de los españoles, así como ocurrió en otros países del continente, se impuso la religión católica y con ella sus ceremonias y rituales. En Ecuador se celebra la Semana Santa con procesiones, como la de Jesús del Gran Poder en Quito, donde la estatua de Jesús es acompañada por los cucuruchos, que simbolizan a los penitentes, junto con las Verónicas, representando a la mujer que le limpió el rostro a Jesús.
Al llegar el domingo de Pascua, después de asistir a la Misa de Resurrección, las familias se reúnen para compartir un delicioso almuerzo típico de Semana Santa, que varía de acuerdo a cada región.
Nunca puede faltar para el Jueves Santo, un tradicional platillo: la fanesca, para conmemorar la Última Cena, aunque hoy en día se consume a lo largo de la Semana Santa. Este platillo surgió durante la época de Cuaresma, en el que se prohibía consumir carne. De esa forma se popularizó consumir granos y pescado.
La fanesca no es solamente una sopa, incluye algo más: es un lazo armonioso entre la tradición indígena con la española, lo profano y lo religioso; una combinación de aromas, colores y diferentes texturas, que reflejan el entorno de nuestros ancestros.
Encontramos en la fanesca el contraste, el sincretismo. Expresa la abundancia, la fusión entre los vegetales con los lácteos, decorada con adornos sofisticados como las empanaditas de viento, tiras de pimentón, huevos duros, colores rojo y verde; completando con el elemento religioso: el pescado, símbolo de Cristo.